BIOGRAFÍA de Julio Ramón Ribeyro Resumen
Lima, 1929 – 1994.
Julio Ramón Ribeyro
nación en Lima, Perú, el 31 de agosto de 1929. Era hijo de Julio Ribeyro y
Mercedes Zúñiga. Fue el primero de cuatro hermanos (un varón y dos mujeres). En
su niñez vivió en Santa Beatriz, un barrio de clase media limeño y luego se
mudó a Miraflores.
La muerte de su padre lo afectó mucho y complicó la
situación económica de su familia. Estudió en el Colegio Champagnat, e inició
los estudiso de Derecho, que abandonó para estudiar Letras en la Universidad
Católica del Perú. Recibió una beca para estudiar periodismo en Madrid. Viajó
posteriormente a París para preparar una tesis sobre literatura francesa en la
Universidad La Sorbona, en esta época pasó temporadas en Alemania y Bélgica.
En
parís escribió su primer libro Los gallinazos sin plumas. En 1958 regresó al
Perú, y en septiembre del año siguiente viajó a la ciudad de Ayacucho, para
ocupar el cargo de profesor y director de extensión cultural de la Universidad
Nacional de Huamanga. En octubre de 1960 regresó a Francia. En París trabajó
como traductor y redactor de la agencia France Presse (1962-72). En 1972 fue
nombrado agregado cultural peruano en París y delegado adjunto ante la UNESCO,
y posteriormente ministro consejero, hasta llegar al cargo de embajador peruano
ante la UNESCO (1986-90).
Hacia 1993 se
estableció definitivamente en Lima. En su país fue distinguido con el Premio
Nacional de Literatura (1983) y el Premio Nacional de Cultura (1993), habiendo
sido galardonado también en 1994 con el Premio de Literatura Latinoamericana y
del Caribe Juan Rulfo, uno de los galardones literarios de mayor prestigio en
el ámbito cultural hispanoamericano.
Se casó con Alida
Cordero y tuvieron un único hijo.
Ribeyro es un narrador
perteneciente a la Generación del 50, es considerado uno de los mejores
cuentistas hispanoamericanos. Pese a su aparente conservadurismo formal, sus
cuentos fueron una contribución decisiva para consolidar el paso de la
narrativa indigenista a la narrativa urbana en el Perú.
Murió el 4 de diciembre
de 1994, días después de obtener el Premio de Literatura Latinoamericana y del
Caribe Juan Rulfo.
Cuento:
Los gallinazos sin
plumas (1955)
Cuentos de
circunstancias (1958)
Las botellas y los
hombres (1964)
Tres historias
sublevantes (1964)
Los cautivos Cuentos
El próximo mes me
nivelo (1972)
Silvio en El Rosedal
(1977)
Sólo para fumadores
(1987)
Relatos santacrucinos
(1992)
Novela:
Crónica de San Gabriel
(1960)
Los geniecillos
dominicales (1965)
Cambio de guardia
(1976)
Teatro:
Santiago, el Pajarero
(1975)
Atusparia (1981)
Ensayo:
La caza sutil (1975)
Prosas apátridas (1975;
1986)
Dichos de Luder (1989)
La tentación del
fracaso (3 vol.) (1992-1995)
Cartas a Juan Antonio
(2 vol.) (1996-1998)
PREMIOS
Premio Nacional de
Novela (1960)
Premio de Novela del
Diario Expreso (1963)
Premio Nacional de
Literatura (1983)
Premio Nacional de
Cultura (1993)
Premio de Literatura
Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo (1994)
LOS GALLINAZOS SIN PLUMAS
(De Cuentos de circunstancias)
A las seis de la mañana la cuidad se levanta de puntillas y comienza a
dar sus primeros pasos. Una fina niebla disuelve el perfil de los objetos y
crea como una atmósfera encantada.
Las personas que recorren la ciudad a esta hora parece que están hechas de
otras sustancias, que pertenecen a un orden de vida fantasmal. Las beatas se
arrastran penosamente hasta desaparecer en los pórticos de las iglesias. Los
noctámbulos, macerados por la noche, regresan a sus casas envueltos en bufandas
y en su melancolía. Los basureros inician por la avenida Pardo su paso
siniestro, armados de escobas y de carretas. A esta hora se ve también obreros
caminando hacia el tranvía, policías bostezando contra los árboles, canillitas
morados de frío, sirvientas sacando cubos de basura. A esta hora, por último,
como a una especie de misteriosa consigna, aparecen los gallinazos sin plumas.
A esta hora el viejo don Santos se pone la pierna de palo y sentándose
en el colchón comienza a berrear:
-¡A levantarse! ¡Efraín, Enrique! ¡Ya es hora!
Los dos muchachos corren a la acequia del corralón frotándose los ojos
legañosos. Con la tranquilidad de la noche el agua se ha remansado y en su
fondo transparente se ven crecer yerbas y deslizarse ágiles infusorios. Luego
de enjuagarse la cara coge cada cual su lata y se lanzan a la calle. Don
Santos, mientras tanto, se aproxima al chiquero y con su larga vara golpea el
lomo de su cerdo que se revuelca entre los desperdicios.
-Todavía te falta un poco, marrano! Pero aguarda no más, que ya llegará
tu turno.
Efraín y Enrique se demoran en el camino, trepándose a los árboles para
arrancar moras o recogiendo piedras, de aquellas filudas que cortan el aire y
hieren por la espalda. Siendo aún la hora celeste llegan a su dominio, una
larga calle ornada de casas elegantes que desemboca en el malecón.
Ellos no son los únicos. En otros corralones, en otros suburbios alguien
ha dado la voz de alarma y muchos se han
levantado. Unos portan latas, otros cajas de cartón, a veces sólo basta
un periódico viejo. Sin conocerse forman una especie de organización
clandestina que tiene repartida toda la ciudad. Los hay que merodean por los
edificios públicos, otros han elegido los parques o los muladares. Hasta los
perros, otros han adquirido sus hábitos, sus itinerarios, sabiamente
aleccionados por la miseria.
Efraín y Enrique, después de un breve descanso, empiezan su trabajo.
Cada uno escoge una acera de la calle. Los cubos de basura están alineados
delante de las puertas. Hay que vaciarlos íntegramente y luego comenzar la
exploración. Un cubo de basura es siempre una caja de sorpresas. Se encuentran
latas de sardinas, zapatos viejos, pedazos de pan, pericotes muertos, algodones
inmundos. A ellos solo les interesa los restos de comida. En el fondo del
chiquero, Pascual recibe cualquier cosa y tiene predilección por las verduras
ligeramente descompuestas.
La pequeña lata de cada uno se va llenando de tomates podridos, pedazos
de sebo, extrañas salsas que no figuran en ningún manual de cocina. No es raro,
sin embargo hacer un hallazgo valioso. Un día Efraín encontró unos tirantes con
los que fabricó una honda. Otra vez una pera casi buena que devoró en el acto.
Enrique, en cambio, tiene suerte para las cajitas de remedios, los pomos
brillantes, las escobillas de dientes usadas y otras cosas semejantes que
colecciona con avidez.
Después de una rigurosa selección regresan la basura al cubo y se lanzan
sobre el próximo. No conviene demorarse mucho porque el enemigo siempre está al
acecho. A veces son sorprendidos por las sirvientas y tienen que huir dejando
regado su botín. Pero, con más frecuencia, es el carro de la Baja Policía el que
aparece y entonces la jornada está perdida.
Cuando el sol asoma sobre las lomas, la hora celeste llega a su fin. La
niebla se ha disuelto, las beatas están sumidas en éxtasis, los noctámbulos
duermen, los canillitas han repartido los diarios, los obreros trepan a los
andamios. La luz desvanece el mundo mágico del alba. Los gallinazos sin plumas
han regresado a su nido.
se puede apreciar en esta obra que la miseria en lima data de muchos años y que seguirá, ahora la veo en aumento no se se ven cambios de partes de nuestros gobernantes que solo llenan sus bunkers es lo único que les interesa
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