BIOGRAFÍA Azorín José Martínez Ruiz Alias
José Martínez Ruiz,
alias "Azorín" (1873-1967), ensayista, novelista, autor de teatro y
crítico, nació en Monóvar (Alicante). Estudió leyes en Valencia y marchó luego
a Madrid para dedicarse al periodismo. A partir de 1905 toma el seudónimo de
“Azorín”. Antes ya había escrito bajo el seudónimo de “Cándido” y de
“Ahriman".
No es el autor más
importante de la generación del 98, pero sí el más representativo. Su
biografía, como la sencillez de su persona, es pobre en incidentes. Se crió en
el mediterráneo levantino. Trajo a Madrid consigo la herencia griego-árabe de
Levante.
Trabajó activamente en
política durante los primeros años de su carrera. En Madrid se dedica a la
bohemia y al trato con anarquistas y con izquierdas radicales. Luego se fue
haciendo cada vez más republicano, para terminar siendo monárquico conservador
a su muerte.
El joven escritor hacía
gala de un nihilismo existencial y una simpatía por el anarquismo, ideología
que no sólo defendió pública y brillantemente desde estas colaboraciones
periodísticas, sino también a través de la traducción de algunos de los textos
más extremistas de Kropotkin.
Su progresiva tendencia
hacia el conservadurismo en política no se produjo sin cierta ambivalencia:
inquietud por la salud pública del país y, al mismo tiempo, manifiesta
necesidad de arrimarse a quienes ostentaben el poder y garantizaban la
seguridad.
Así tras haber
proclamado primero su afinidad hacia la dictadura del general Primo de Rivera
(1923-1930), al venir la II República se mostró abiertamente republicano.
Durante la Guerra Civil (1936-1939) vivió cómodamente exiliado en París. Y a su
regreso a España al finalizar la contienda fratricida, se declaró nacionalista
y se constituyó, a partir de entonces, en un punto de referencia obligado para
los intelectuales conservadores.
Uno de los primeros
mentores de la obra de "Azorín" fue el también levantino novelista
Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), quien, desde su cargo de director del diario
El pueblo, brindó al joven escritor alicantino la oportunidad de difundir sus
artículos iniciales (firmados, en aquellos albores de su carrera periodística,
también con el pseudónimo de "Ahrimán").
Publicó sus primeros
trabajos periodísticos en medios tan radicales como los rotativos y revistas de
clara adscripción republicana El País, El Progreso, Arte Joven, Revista Nueva y
Juventud.
Siempre fue un típico
hombre de pequeña ciudad de provincia. Su seudónimo significa ‘azor’, ave fina,
inquisitiva. Alguno lo asocian con el verbo “azorarse”, pensando en su interior
tímido y reconcentrado. Frente al Unamuno vociferante, Azorín es el silencioso;
frente al Valle-Inclán teatral, Azorín es el sencillo.
Su biografía sería una
antología de sus libros que en el fondo son una colección de emociones ante paisaje,
cosas, libros. Surgió a contrapelo de la sociedad de su tiempo y terminó
reconciliándose con ella. No le distinguen las virtudes heroicas y se
caracterizó toda su vida por su sencillez.
Fue uno de los
escritores que a comienzos del siglo XX luchó por el renacimiento de la
literatura española. Fue el propio Azorín quien bautizó a este grupo con el
nombre de generación del 98, como se le conoce en la actualidad. Fue el máximo
representante de la generación del 98, movimiento literario que él definió, conceptualizó
y defendió.
La evolución hacia
posturas más conservadoras que fue experimentando en su ideología se hizo
patente en sus escritos literarios y periodísticos. Del anarquismo radical y el
nihilismo existencialista de Nietzsche y Schopenhauer, "Azorín" pasó
a llevar una vida tranquila y sosegada, de escritor sereno, preciso y metódico,
y a introducirse poco a poco en la política española conservadora.
AZORÍN
Y SU IMPORTANCIA PARA EL 98
La obra y la persona de
Azorín son fundamentales para comprender la mentalidad de los hombres del 98.
Azorín es el 98. Todas las características de esta generación coinciden en su
persona y en su obra. Es el escritor que con más contundencia reacciona contra
la prosa, la vaciedad literaria, la grandilocuencia y el heroísmo del XIX.
Azorín es una figura
esencialmente literaria. Su desdén por las formas heroicas del XIX le llevan a
buscar lo cotidiano, lo sencillo, los “primores de lo vulgar”, lo pequeño. En
este sentido representa la autenticidad que tanto buscaban los autores del 98,
frente a la inautenticidad triunfalista del XIX. Azorín dio el nombre al 98 y
su obra fue la realización exacta del programa de toda esta generación.
IDEARIO DE AZORÍN
El tema dominante de sus escritos es la eternidad y la continuidad,
simbolizadas en las costumbres ancestrales de los campesinos, la preocupación
por la identidad nacional, la contemplación emotiva del paisaje del interior de
la Península y la constante meditación sobre el cíclico fluir del tiempo (ecos
nietzscheanos del "eterno retorno"). Su máxima: "Vivir es
volver a ver".
A pesar de ciertas veleidades políticas, Azorín es ante todo un
temperamento contemplativo. Su capacidad es la sensibilidad, la capacidad de
percibir el valor emotivo y poético de las cosas. No es apasionado y tormentoso
(o atormentado) como Unamuno, sino de espíritu fino y delicado. Ve los sutiles
matices de todo y sabe destacar el profundo sentido humano de las cosas
pequeñas. Su fuerte es el gusto por lo pequeño, lo cotidiano. Desprecia las
formas heroicas, por eso su gusto por Nietsche al principio es difícilmente
comprensible. Su obra tiene más paralelos con el poeta austriaco Rainer
Maria Rilke (1875-1926): sentido del tiempo y de la muerte, gusto por las
cosas vivas y no por ideas o por creaciones al estilo de Unamuno.
Azorín tiene ojos de pintor y alma de intelectual. En él predomina lo
visual como buen hombre levantino. Sus descripciones y visiones son
exclusivamente plásticas. Su sensibilidad es la del hombre cultivado y educado.
Es una sensibilidad delicada con dos vertientes: la estética y la moral. Es
decir, su estética está dirigida por ciertas ideas. Elimina de las cosas todas
las notas excesivas y recompone la realidad de forma enumerativa, catalogando
los pormenores.
España: Sus ideas
sobre España son las del 98. Primero ataca a la tradición española. Pero luego
se esforzó por comprender y valorar la tradición nacional. Pronto abandona la
idea de la europeización de España típica de los regeneracionistas. En esto es
como Unamuno, que postulaba una “iberización de Europa”, pero exigirá, contra
Unamuno “un lazo sutil que nos una a Europa”.
Moral: La moral de Azorín surge de
su amable escepticismo al estilo de Michel Eyquem de Montaigne (1533-1592),
escritor francés que introdujo por primera vez el ensayo como forma literaria:
bondad, comprensión, tolerancia, todo sin trasfondo metafísico ni religioso.
Cree en el progreso (contra Unamuno), pero no en el progreso material, sino en
el “de las sensibilidades”. El ideal humano es cuestión de sensibilidad. “La
ilusión es la verdad más alta, porque nos sostiene y nos consuela”. Al final de
su vida habló de su “catolicismo firme, limpio y tranquilo y con ideas justas,
firmes, serenas, ortodoxas y españolísimas”. Murió siendo condecorado por el
ministro de Información bajo la dictadura franquista.
El tiempo: A veces
recuerda Azorín a San Agustín en su preocupación por inquirir qué es el tiempo.
“A saber lo que es el tiempo he dedicado grandes meditaciones”. En las Confesiones
de un pequeño filósofo (1904) nos cuenta sus recuerdos de la infancia,
lo que explica su obsesión por el tiempo: En un pequeño pueblo “donde sobraban
las horas”, se le amonestaba siempre porque “llegaba tarde”. Azorín se
preguntaba: “¿Por qué y para qué es tarde? ¿Qué empresa vamos a
realizar que nos exige contar los minutos? No lo sé, pero os aseguro que esta
idea de que siempre es tarde es la idea fundamental de mi vida”.
En su obra el recuerdo de lo que desapareció ocupa un lugar
primordial. En esto recuerda a Unamuno, cuyo tema fue siempre también la pérdida
de la niñez, de un estado paradisíaco, donde no había preocupación por el
tiempo: eternidad contraria a la historia, inmortalidad contra muerte. “Del
pasado dichoso solamente podemos conservar el recuerdo, la fragancia del vaso”.
Para Azorín, tiempo es dolor. Podemos verlo en su ensayo Una
ciudad y un balcón. En él describe Azorín un pueblecito, evocando diversos
tiempos históricos: La época del siglo XV, en que convivían lo pintoresco
medieval con las ansias expansivas y renacentistas del Nuevo Mundo. El ensayo
está contenido en su libroCastilla (1912), donde también podemos
leer su estupendo trabajo Las nubes.
La tragedia y la emoción del tiempo es el Leitmotiv, el asunto que se
repite en la obra de Azorín. Junto a la idea de la caducidad de lo terreno,
tenemos también la de la absoluta inmutabilidad. “Desaparecen los hombres, pero
permanece lo humano”. Hay una realidad universal y eterna, que enlaza pasado,
presente y futuro. “Lo fugitivo permanece y dura”. Como decía Unamuno, “todo
queda pasando” y para Antonio Machado, “todo pasa y todo queda, pero lo nuestro
es pasar”. En el fondo hay siempre continuidad histórica.
Todo pasa y acaba en la vida: los grandes hombres,
las grandes acciones, las grandes pasiones; en cambio, el tejido oscuro de las
pequeñeces y las vulgaridades que forma el fondo de la vida diaria, se repite
constantemente igual, y sólo en él encontramos el lazo permanente que une a
todos los hombres de todos los tiempos.
La abulia o el fallo de la voluntad:
Esta es una constante también en la concepción del mundo de Azorín. El fallo de
la voluntad y la atomización del tiempo llevan a la crisis de la voluntad,
típica de los héroes tempranos de Azorín. Esa desilusión, ese escepticismo y
abulia son el reflejo del ambiente nacional de los hombres del 98. Su novela La
voluntad es la novela del 98, la novela de la abulia y el fracaso.
ESTILO Y TÉCNICA
LITERARIA DE AZORÍN
Azorín introdujo un estilo nuevo y vigoroso en la prosa española. La
meta de Azorín es percibir “lo substantivo de la vida” a través del detalle,
del pormenor. Su interés gravita no en los grandes hechos espectaculares, sino
en lo nimio, lo minucioso e insignificante, que por sernos habitual nos pasa
desapercibido. Pero no cultiva un realismo fotográfico, sino que busca la
profunda significación del detalle en casa cosa.
Es su técnica impresionista: buscar a través de la sensación la íntima
realidad de las cosas. Por eso sus descripciones están animadas de tierna
emoción y de delicadeza.
Sencillez, claridad y precisión son las cualidades principales de su
estilo. Su estilo es sencillo, sin las vaguedades grandilocuentes del XIX.
Tiene gran expresividad y exactitud. Su estilo tiene fluidez y límpida
trasparencia.
La elegancia es la sencillez. No seamos afectados. Los hechos narrados
sencillamente llegan más a nuestra sensibilidad que los grandes superlativos.
Colocad una cosa después de otra. Nada más y nada menos. Esto es todo.
Azorín comenzó a escribir en castellano con estructura sintáctica
francesa. Sus primeros escritos parecen traducciones literales del francés. Así
descubrió el valor de la frase corta. Una de sus características es la
puntuación: Rompe frases largas mediante puntos, incluyendo en la frase
siguiente la conjunción o el adverbio. En la distribución del punto radica el
estilo de Azorín y su secreto. Así se opone a la prosa declamatoria del XIX;
por otra parte, sin embargo, quita así al idioma sus posibilidades máximas de
expresión. Su prosa corresponde a su mentalidad fragmentaria y minuciosa. Su
lenguaje es más paratáctico que sintáctico. La sintaxis de Azorín es simple,
con predominio de oraciones yuxtapuestas; evita la subordinación.
Para Azorín, en la realidad no se dan los elementos en síntesis, sino
descompuestos y estáticos, sin movimiento de conjunto. Su prosa no es película,
sino una serie de fotogramas: impresionismo. Lector de Nietzsche, no tuvo el
filósofo alemán influencia alguna en su estilo. Azorín admiraba, por ejemplo,
más el estilo del Discurso del Método (1637) del filósofo,
científico y matemático francés René Descartes (1596-1650).
La sensación que deja su prosa es de pulcritud. Su léxico está lleno
de neologismos y términos arcaicos como en Unamuno, pero usados con gran tacto.
Su léxico es muy rico. Fue el escritor que más arcaísmos introdujo en el
español contemporáneo. Su estilo enriqueció la prosa castellana.
LA OBRA DE AZORÍN
Azorín tentó la totalidad de los géneros literarios en prosa. Es
crítico, ensayista, periodista, viajero, novelista, dramaturgo y memorialista.
AZORÍN CRÍTICO
LITERARIO
Sus páginas críticas más logradas quizás sean las que hacen una
interpretación original de los clásicos españoles. Azorín intenta expresar las
impresiones que en él producen la lectura de los clásicos. Ha demostrado que
vale más “acercarse a los clásicos por deleite que por erudición”. Sus
comentarios tienden a destacar el “espíritu y ambiente de la obra”. Sus
estudios literarios se perfilan como una manifestación sui generis de
la denominada "crítica impresionista".
Azorín fue uno de los principales responsables de la resurrección de
los clásicos en el siglo XX, tanto en los grupos elitistas de cultura como en
las capas populares del espectro social.
La crítica literaria en España (1893)
Esta obra puso de manifiesto no sólo sus extensos conocimientos acerca
de las Letras hispánicas de todos los tiempos, sino también una extraordinariacapacidad
para la observación sutil de los detalles literarios y biográficos más
inadvertidos.
Los anarquista literarios (1895)
Sus lecturas y traducciones de los textos del pensador anarquista ruso Piotr Alexéievich Kropotkin (1842-1921) le
inspiraron esta obra que, sumada al contenido radical de los artículos de
Azorín publicados por aquellos años en los rotativos más progresistas del país,
contribuyó a fijar la imagen de un escritor airado y extremista, si bien es
cierto que pronto encauzado hacia ese anhelo de regeneración nacional que
aglutinaría a los autores de la por él denominada "Generación del
98".
Buscapiés (1894)
Estas dos primeras obras precoces vieron la luz bajo los pseudónimos de "Cándido"
–alusivo al personaje universal de Voltaire– y "Ahrimán".
La ruta de don Quijote (1905)
Lecturas españolas (1912)
Clásicos y modernos (1913)
Los valores literarios (1914)
Al margen de los clásicos (1915)
El licenciado Vidriera (1916)
Más tarde se
llamará Tomás Rueda)
Rivas y Larra (1916)
Los dos Luises (1921)
De Granada y Castelar (1922)
AZORÍN PAISAJISTA
Azorín dedicó sus mejores obras a analizar el paisaje y el alma de
España, temas preferidos por los hombres del 98. Pocos como Azorín han sabido
ver la profundidad y belleza de la inmensa llanura castellana, ni saber
describir con tanta emoción los pueblecitos castellanos en los que parece
haberse detenido la historia desde hace siglos.
“Costa (el regeneracionista), el paisaje español y los clásicos
castellanos me han formado”. A Azorín se debe la reconciliación de los
españoles con sus clásicos. Cuando España pierde sus últimas colonias de
ultramar en el 1898, tiene Azorín 26 años. La situación política de aquel
tiempo le impresionó. El autor que más le influyó entonces fue el escritor
romántico y periodista Mariano José de Larra (1809-1837), primer “noventayochista”
del XIX. Ser sucesor de Larra fue una meta para Azorín.
Nadie describió ni cantó tan apasionadamente el páramo castellano como
Azorín. La descripción del paisaje castellano fue una de sus pasiones, junto
con la descripción de la historia de España. En la historia y descripción de
tipos españoles busca Azorín lo que no cambia, lo cotidiano que siempre
permanece en el cambio de las cosas. Ve el presente dependiendo del pasado. Le
interesa lo “que siempre ha sido”. “La vida es retorno, lo que vive vuelve otra
vez; pues lo que no vuelve, no tiene vida”, lo que nos recuerda el “eterno
retorno” nietzscheano.
Así resuelve Azorín el problema del tiempo que tanto le preocupaba.
Todo pasa, pero hay algo que siempre se repite, eso es lo que queda siempre. Eso
que queda es lo cotidiano, lo nimio, lo sin importancia, lo acostumbrado. Todo
lo que pertenece a la vida cotidiana de los hombres de todos los tiempos y que
pertenece a la existencia humana; no las grandes acciones individuales que hoy
son admiradas y mañana nadie se acuerda de ellas. Para Azorín, lo grandioso,
trágico, heroico y genial son solamente excepciones, lo esencialmente humano es
lo constante de lo cotidiano, lo acostumbrado. Lo acostumbrado es lo que
retorna del pasado, es lo que queda, lo que, como decía Unamuno, “pasa y queda
y que se queda al lado y no se muda”.
Su espíritu triste, en el fondo, procede de la sensación de que todo
pasa, de que lo que pasa no es recuperable. “Las cosas hermosas deben durar
eternamente”. Pero lo cierto es que no duran. Todo pasa, por eso intenta Azorín
ganar al tiempo algo permanente: en las descripciones minuciosas de tipos y
paisajes, buscando siempre en lo cotidiano lo permanente. Es lo que hace en las
obras sobre España y su paisaje:
Los Hidalgos (1900) (recogida más tarde en:)
El alma castellana (1600-1800) (1900)
Con la publicación de esta obra, Azorín inauguró su devoción literaria
y espiritual hacia los paisajes del interior de la Península y hacia la
idiosincrasia de las figuras culturales que había dado esta tierra. En
"el alma castellana" veía lo más puro y representativo de la
identidad nacional. Sus reflexiones cobraron un amplio enfoque regeneracionista
a raíz de la depresión general en que incurrieron todas las capas de la
sociedad española después del desastre colonial de 1898.
Este valioso texto ensayístico muestra su devoción por Castilla, por sus gentes, por
su idiosincrasia y por sus escritores clásicos, aquellos que, como Garcilaso de
la Vega, el anónimo autor del Lazarillo o Miguel de Cervantes, habían
contribuido a forjar una identidad nacional que, tras la crisis del 98, era
necesario reconstruir.
Los pueblos (1905)
La ruta de Don Quijote y Sancho (1905)
España, hombres y paisajes (1909)
Castilla (1912). Obra cumbre de Azorín.
Un pueblecito, Riofrío de Ávila (1916)
El paisaje de España visto por los españoles (1917)
Valencia (1941)
AZORÍN NOVELISTA
En las novelas de Azorín la acción y la intriga casi no cuentan. Son
relatos, a menudo autobiográficos, donde lo esencial es el ambiente, los tipos,
el paisaje, descritos con la técnica del detalle típica de Azorín.
Lirismo descriptivo, impresiones personales y recuerdos
autobiográficos, estos son los elementos de sus novelas, todo sin grandes
conflictos dramáticos. Se ha señalado la dependencia de Azorín respecto de los
hermanos Edmond Huot de Goncourt (1822-1896) y Jules Huot de Goncourt
(1830-1870). Con esto se adscribe Azorín al impresionismo. Hay que decir que
esta dependencia es puramente formal y no afecta en nada al material ni al modo
de tratarlo.
Las primeras novelas de Azorín son, con en el caso de Unamuno, más un
instrumento para expresar y exponer sus ideas. EL perfecto analista del mundo
exterior fracasa ante los procesos espirituales de sus personajes. No tiene
capacidad para describir procesos complejos síquicos, su fuerza está en la
descripción estática de situaciones como mosaicos de un todo.
La Voluntad (1902)
Novela de la abulia y el fracaso. Se puede resumir como la novela de
mucha invención (Dichtung) y poca verdad (Wahrheit). Es su novela más famosa.
El carácter del protagonista es el no tener carácter alguno, es la falta total
de carácter. La novela transmite al lector
un aburrimiento terrible; es la novela de la abulia. Es la novela del 98: El
fracaso del hombre inteligente en un pueblo vulgar.
Antonio Azorín (1903)
Es la novela de poca invención y mucha verdad. Antonio Azorín es el
personaje de la trilogía: Intelectual, tímido ante la vida, reconcentrado y con ansias de
renovación como los hombres del 98.
Las confesiones de un pequeño filósofo (1904)
Es la novela de la verdad, de los recuerdos personales.
La voluntad es un texto
elaborado a partir de hondas reminiscencias autobiográficas, que abre una
trilogía narrativa completada, poco después, con las novelas Antonio
Azorín y (1903) y Las confesiones de un pequeño filósofo (1904).
Se trata de tres piezas plenamente representativas del espíritu generacional:
triunfo del desánimo y del desaliento, rechazo generalizado de un racionalismo
mal aplicado que había acabado con la auténtica idiosincrasia del pueblo
español.
Estas obras, llenas de fuertes tensiones y contradicciones
ideológicas, ponen de manifiesto la enconada pugna entre el deseo de regenerar
el país y, por otra parte, la necesidad de preservar su carácter e
idiosincrasia. Son, en cierto modo, tres novelas fallidas; pero, a la vez, tres
extraordinarios ejercicios reflexivos y creativos que atestiguan la existencia
de un género híbrido entre el ensayo y la narración.
Esta trilogía (La voluntad, Antonio Azorín y Las
confesiones) expresa el pesimismo del 98, con sus personajes abúlicos y
fracasados. En el fondo, rezuman también el pesimismo del filósofo alemán de
Arturo Schopenhauer (1788-1860), muy leído entonces en España, junto con el
vitalista Friedrich Nietzsche (1844-1900).
Antonio Azorín es un hombre recogido en sus ideas y vida interior, sin
fuerza de voluntad que le lance al mundo de la acción. Es la tragedia del
español, educado años enteros en una visión del mundo determinista y
trascendental que no le capacita para la acción directa personal, para el goce
esforzado de la vida. Toda la vida es aburrimiento, todo es vano y los hombres
están presos de su pasado; la vida es dolor: “Un día llama a otro día y así
todo se encadena llanto a llanto y pena a pena” (Calderón de la Barca).
Son todos personajes de cualidades intelectuales grandes, pero que se
pasan la vida reflexionando sobre todos los temas, para ocultar su incapacidad
de vivir una vida que no tiene nada digno de ser vivida. Un pesimismo nihilista
y cultural atraviesa todas estas obras. El autor más por el personaje de Azorín
en esta trilogía es el ensayista francés Michel Eyquem de Montaigne (1533-1592).
Voluptuosidad, fuerza,
elegancia, dinero y poesía, son los mayores bienes de la
vida. Azorín se siente fracasado y triste al sentirse sin ninguno de estos
bienes, “porque la vida sin una de esas fuerzas no merece la pena de ser
vivida”.
Don Juan (1925)
Es la primera novela a la que Azorín dio el nombre de novela. El ambiente
es el mismo que el de las demás novelas: la pequeña ciudad aburrida. Don Juan
fue en su pasado un “gran pescador”. Gustó de lleno las mujeres, tuvo riquezas,
castillo, servidores. Ahora vive pobre; una enfermedad cambió su vida. Ya no
quiere saber nada del amor terreno ni de los bienes de este mundo.
No es precisamente un creyente practicante que visita la iglesia, pero
sí un hombre piadoso. Un solterón que no puede dejar de vestir elegante aún; su elegancia
tiene algo de melancólico. “Pone la amistad por encima de todo”. No se queja de
los hombres ni del destino, acepta las debilidades humanas, para las que tiene
siempre una sonrisa comprensiva. Es un contemplador humorístico del mundo.
Siempre dispuesto a ayudar; regala siempre lo que puede, sin esperar recompensa
alguna. Es un predicador de la tolerancia, un señor amable con todos sus
servidores.
Doña Inés (1925)
Dos obras que apenas aportaban novedades respecto a las técnicas
narrativas que empleara el autor alicantino veinte años atrás.
Félix Vargas (1928)
Intenta desarrollar una nueva técnica de vanguardia.
Superrealismo (1929)
Blanco en azul (1929)
Sugestivo libro de cuentos.
El escritor (1941)
Capricho (1942)
Cavilar y contar (1942)
Libro de cuentos.
El enfermo (1943)
María Fontán (1943)
Salvadora de Olbena (1944)
La isla sin aurora (1944)
En estas seis novelas posteriores a la Guerra Civil (1936-1939),
Azorín sigue postulando un cierto distanciamiento "deshumanizado"
entre realidad y
ficción que mantiene anacrónicamente vivo el afán innovador de la Vanguardia,
cuando la narrativa de la posguerra vuelve los ojos hacia el realismo social.
De ahí el relativo fracaso de estas últimas creaciones novelescas de Azorín.
AZORÍN DRAMATURGO
Azorín escribió muy tardiamente teatro, fue un intento pasajero.
Durante el segundo lustro de la década de los veinte, Azorín comenzó a cultivar
el género dramático, al que aportó una serie de obras escasamente representadas
en los escenarios españoles de la época. El éxito de su teatro ha sido muy
escaso. Es un teatro de misterio, que desarrolla temas trascendentales como la
vida, la muerte, la felicidad y el tiempo, pero de una manera más descriptiva
que activa y dramática.
La fuerza del amor (1901)
Su primera pieza teatral: una tragicomedia. Empeño por recuperar el
legado de los clásicos y por resucitar su pensamiento o sus propias figuras,
convertidas en personajes literarios.
Judit (1926)
Old Spain! (1926)
Lo invisible (La
arañita en el espejo, El segador y Doctor Death,
de 3 a 5) (1928)
Son tres piezas que componen la
trilogía teatral titulada Lo invisible. Trilogía sobre misterio y
muerte. Son sus obras de más éxito.
Brandy, mucho brandy (1927)
Una obra menor.
Angelita (1930)
El tema es el tiempo.
Cervantes o La casa encantada (1931)
Fuentes:
hispanoteca.eu
wikipedia.org
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