EL CANTAR DE LOS NIBELUNGOS
Este cantar de gesta probablemente fue escrito hacia los años 1200-1204 por
un autor anónimo austriaco, que recoge una antigua leyenda alemana de amor,
odio, venganza y fidelidad.
Tiene como correlato la
destrucción del reino de los burgundos por los hunos (año 436. A .C.) Este cantar de
gesta relata las hazañas de Sigfrido y su trágico final, envuelto en una
historia de amor, traición y odio. La historia se desarrolla de la siguiente
manera:
Sigfrido, vencedor de los nibelungos y príncipe de Niederland, gana la mano
de Crimilda al ayudar al hermano de ésta, Gunther (rey de los burgundos), al
superar las pruebas que Brunilda pone a sus pretendientes. Al descubrir
Brunilda que el triunfo de Gunther ha sido posible gracias a la invisibilidad
de Sigfrido otorgada por el poder de Tamkappa, se siente humillada y hace que
Hagen asesine a traición a Sigfrido introduciéndole una lanza por la espalda
precisamente en la parte en que Sigfrido no había quedado invulnerable después
de haberse bañado con la sangre de un dragón.
Posteriormente Crimilda
ingresa en la corte de Atila (Etsel) y sólo piensa en vengar la muerte de
Sigfrido. Gracias a Atila, consigue aniquilar a los burgundos. Ordena asesinar
a su hermano Gunther y ella misma decapita a Hagen con la espada de Sigfrido.
Acto seguido, Hildebrant se apiada de Crimilda y la asesina, hecho con el cual
termina este cantar de gesta alemán.
ESTRUCTURA.
Sigfrido
vence a los nibelungos
En el reino de los
nibelungos, vivía un rey llamado Nibelungo, quien tenía dos hijos: Schilbungo y
Nibelungo. Ambos murieron a manos de Sigfrido. En realidad Sigfrido, caminando,
se encuentra con unos hombres extrayendo un tesoro, quienes al verlo, lo llaman
y le dicen a Sigfrido que los ayude a llevar el tesoro y que él se quedaría con
una parte de éste. Sigfrido, ya cansado, sigue alzando el botín pensando en las
grandes riquezas, pero cuando estaban por llegar a su destino, los hombres
traicionan a Sigfrido e intentan asesinarlo. De la batalla sale victorioso
Sigfrido, quedándose con todo el tesoro, y a su vez con 1.000 hombres, a los
cuales se lleva a su reino y utiliza como esclavos. Se decía que el tesoro
tenía una maldición.
El
punto débil de Sigfrido
La acción del poema es
la siguiente: Sigfrido y Krimilda son dos hijos de reyes. Tras múltiples
peripecias, se conocen y se casan. Por otra parte, el hermano mayor de
Krimilda, el rey Gunter, desea casarse con Brunilda, reina de Islandia,
caracterizada por su belleza, su vigor físico y su bravura; el hombre que
quisiera casarse con ella, primero habría de vencerla en combate. Sigfrido
ayuda a Gunter, y con su manto mágico, que lo vuelve invisible, pelea sin que
Brunilda se dé cuenta, con lo que Gunter consigue su propósito.
Al poco tiempo surge la
enemistad entre Brunilda y Krimilda, cuando se descubre la treta entre Sigfrido
y Gunter, por lo que la primera decide vengarse a través de Hagen, un caballero
de la corte de Gunter que desea poseer el tesoro nibelungo de Sigfrido. Y lo
hace a traición, ya que averigua por Krimilda cuál es el punto débil de
Sigfrido, cuya imbatibilidad se atribuye a haber bañado su cuerpo con sangre de
un dragón. Hagen mata en una cacería a Sigfrido, arrebata el tesoro a Krimilda
y lo esconde. El ataque mortal a Sigfrido es posible ya que, en el momento de
bañarse con la sangre del dragón, una hoja cubrió la espalda del héroe a la
altura del omóplato, dejándola vulnerable.
La
desconfianza de Hagen
La segunda parte tiene
lugar trece años después de estos hechos. Atila, rey de los hunos, desea
casarse con Krimilda, la cual, deseosa de vengarse de los asesinos de Sigfrido,
accede. Krimilda va al reino de Atila, se casa con él y tienen un hijo. Pasan
trece años y la heroína pide a su esposo que invite a la corte a su hermano el
rey Gunter y su séquito. Este accede, pese a las recomendaciones en contra de
Hagen.
Venganza
de Krimilda
Gunter y Hagen parten
acompañados de mil guerreros y tras un largo viaje llegan al castillo de Atila.
Poco tiempo después de su llegada empiezan las escaramuzas, al principio con
poca intensidad, pero después se generalizan. Mueren primero los caballeros
menos importantes, y después lo hacen los de más valor. Hagen asesina al hijo
de Krimilda y Atila. Al final, Gunter y Hagen son derrotados y hechos presos.
Krimilda exige a Hagen que les diga dónde está el tesoro de Sigfrido, y tras la
negativa del prisionero, lo mata. El rey Atila reconoce el valor de su enemigo
Hagen, por lo que reprocha a Krimilda su muerte; su pesar es compartido por el
caballero Hildebrando, que decide vengar a Hagen y asesina a Krimilda. Con este
sangriento desenlace concluye el "Cantar de los nibelungos".
EL CANTAR DE LOS NIBELUNGOS
EMPIEZA
LA HISTORIA DE SIGFRIDO
Con la descripción del
apuesto príncipe de Niederland da comienzo el poema. Su virtud es la más digna
de un héroe germánico: reside pues en la potencia de su brazo y en su
incansable bravura ciega, sumada a la permanente capacidad juvenil de dar
muerte a quien quiera ser su rival, sea en una batalla campal o en un amistoso
torneo entre caballeros. Matar en combate es la mejor tarjeta de presentación
de alguien que quiera refrendar su noble origen y su limpia ejecutoria en el
mundo de las tribus germánicas, tan poco versadas en letras, pero tan
eternamente dispuestas a dar o recibir la muerte. Porque la muerte a manos enemigas
es el mejor camino de los pueblos germánicos para llegar al paraíso celestial,
a la más alta gloria de Dios, a lo que hasta hace sólo unos pocos siglos
todavía se llamaba Valhalla.
Ahora, en plena
vigencia de la cristianización, se ha olvidado el papel jugado por la mitología
de los dioses batalladores, porque sólo se admite la presencia del dios de los
cristianos, y su intervención queda reservada para el combate contra los
infieles, o cuando es necesario recurrir a su arbitraje, en aquellos juicios de
Dios, en los que -cómo no- el tribunal es una arena y la muerte del rival es la
mejor sentencia posible, porque va refrendada por el invisible sello de Dios.
No queda, pues, sitio
para el recurso a Thor, Odín o las Valkirias, pero se mantiene la idea esencial
de la santificación de los hombres por el ejercicio constante y, hasta sus
últimas consecuencias, de las armas. Pero, ahora, a Sigfrido no le mueve en su
aventura la búsqueda de una confrontación contra un par de la caballería, sino
la relatada belleza de la hermosa Krimilda, una princesa de Burgundia, hija del
fallecido rey Dankrat y de la reina Uta, hermana de tres reyes, Gunther, Gernot
y Giselher.
SIGFRIDO
LLEGA A WORMS
Sigfrido, Sigfrid, hijo
de Sigmond y Siglind, reyes de Niederland, era un príncipe apuesto y valeroso;
un joven deseado entre las más nobles vírgenes de la corte de Santen, pero él
no podía ni siquiera conceder su atención a aquellas doncellas, porque su
inquieto corazón estaba en Worms, allí donde moraba la dulce Krimilda. Los
reyes de Niederland quedaron preocupados con la revelación de su hijo, puesto
que los burgundios eran gente temida y, entre ellos, destacaba el terrible
barón Hagen, un adversario casi imposible de vencer. Pero Sigfrido, una vez que
hubo comunicado su irrevocable decisión, preparó su marcha a Worms, con la sola
escolta de una docena de hombres. Con ellos cabalgó a su destino, dirigiéndose
a la corte del rey Gunther sin más dilaciones.
El rey lo recibió, una
vez que fue informado de la identidad de su visitante, para conocer la razón de
su viaje, y el intrépido Sigfrido, sin más preámbulos, respondió que quería
probar la afamada destreza del rey de los burgundios con las armas, seguro como
estaba de vencerlo y hacerse con su reino y sus gentes. Los nobles quisieron
lanzarse sobre el osado Sigfrido, pero el tenso ambiente pronto se calmó y
Sigfrido, el bravo e insolente caballero de las tierras bajas fue admitido como
huésped de la corte de Worms, aunque su estancia se alargaba y él no llegaba a
ver, aunque fuera en la distancia, a su amada Krimilda. Todo cambió cuando se
supo en Worms de la llegada de una tropa de daneses y sajones que venían contra
Worms. Enterado Sigfrido, ofreciese a Gunther para estar a su lado en esa
confrontación que se avecinaba dura y peligrosa, aconsejándole que diera
vigorosa respuesta a la afrenta de los daneses y sajones, y pidiendo a su rey
Gunther el honor y la responsabilidad de poder bien servirle al mando de una
tropa de mil guerreros con la que defender la Burgundia. Con ellos salió a
castigar a los sajones, matando docena tras docena de enemigos, hasta capturar
al rey Ludeger. Los daneses, al conocer la rápida victoria de Sigfrido,
acudieron en ayuda de sus aliados sajones, pero también Sigfrido presentó
combate y los venció con facilidad, rindiendo a su jefe, el rey Ludeger.
Terminada la batalla, los dos sometidos soberanos fueron llevados a la corte de
Worms, como prisioneros de guerra, para mayor honra de su señor Gunther de
Burgundia.
DE
RIVAL A LEAL AMIGO
La noticia de la
victoria no sólo alegró al rey Gunther y a sus súbditos; la princesa Crimilda
también quedó emocionada al conocer la hazaña de Sigfrido "el
fuerte", de Sigfrido "el demonio", como le llamaban los pocos
que habían combatido cerca de él y habían tenido la fortuna de sobrevivir.
Ahora Sigfrido ya era el leal amigo y podía ser presentado a la princesa
Krimilda, pues el rey su hermano no ignoraba su amor por ella. Al conocerse,
ambos pudieron darse cuenta al instante de que el amor vivido por cada uno de
ellos era un sentimiento mutuo. Sólo le faltaba al valeroso príncipe Sigfrido
pasar por otra nueva prueba de armas, la prueba de rigor que le permitiera
acceder a la mano de la princesa que acababa de conocer, y esta oportunidad
soñada no tardó demasiado en presentarse. La ocasión de ganar el amor de la
adorada Krimilda se llamaba Brunilda y era una reina tan bella como violenta,
nada menos que la indómita soberana del lejano reino de Islandia. El rey
Gunther la amaba en la distancia y necesitaba alcanzar su corazón. No era tarea
sencilla, pues la singular reina exigía ser vencida en combate para conceder su
corazón, y desgraciadamente, era tan fuerte como cruel, ya que muchos habían
sido los nobles que habían pagado con su cabeza la derrota ante Brunilda. El
rey Gunther era un temerario luchador, pero necesitaba de la ayuda de aquellos
fieles voluntarios que quisieran arriesgarse con él en su intento.
El buen Sigfrido,
naturalmente, fue el primer caballero en ofrecerse incondicionalmente a su
servicio, reclamando como única compensación, claro está, a Krimilda en
matrimonio si la expedición resultaba favorable a los deseos de su rey y señor.
Para completar la breve fuerza de acompañamiento, solicitó la presencia de los
hermanos Hagen y Dankwart. También Sigfrido tomó algo más que nadie, salvo él
conocía: un manto mágico arrebatado al enano Alberic, del país de los
nibelungos, con el que podía hacerse invisible a la voluntad y quedar a
cubierto de cualquier arma, por afilada que estuviera y por robusto que fuera
el brazo que la empuñara. Sigfrido era invencible, pero en esta ocasión no
trataba de conquistar prestigio para sí, sino la posibilidad de ganar el
privilegio de ser el esposo de Krimilda.
LA
VICTORIA SOBRE BRUNILDA
Así que estuvo
preparada la tropilla, los cuatro valientes partieron en barco hacia Islandia
y, tras doce días de travesía marina, estaban frente a sus costas, divisando
maravillados la altiva fortaleza de Isenstein. Fueron inmediatamente recibidos
por la reina Brunilda, que debía estar ansiosamente a la espera de emociones
violentas. Apenas estuvieron ante ella, los recién llegados, por boca de
Sigfrido, anunciaron la intención del rey Gunther de ganarse la mano de
Brunilda, la mujer con fama de ser más fuerte que doce hombres. Aceptó feliz
Brunilda el reto esperado, recordando a todos los presentes que el fallo de
Gunther en cualquiera de las pruebas supondría automáticamente su muerte, pues
nunca se daba cuartel al vencido y le propuso competir primero en un combate a
lanza y, si lo superaba, después en el lanzamiento de una piedra hasta tan
lejos como se pudiera, para más tarde tener que alcanzarla de un solo salto.
Aceptadas que fueron las dos absurdas pruebas, Sigfrido llamó en un aparte a
Gunther para informarle de que, gracias a la posesión de la capa del enano
Alberic, él iba a convertirse en el invisible contendiente de Brunilda,
mientras que el rey actuaría fingiendo ser él el único combatiente de Brunilda.
Así se hizo y fue Sigfrido quien derrotó con suma facilidad a la reina Brunilda
con la lanza tras un combate en el que ella veía asombrada cómo la fuerza de
Gunther se multiplicaba hasta desarmarla. Más tarde, Sigfrido arrastró la
piedra por el aire, para luego transportar a Gunther de la misma forma y a lo
largo del mismo trecho. Cumplido el trámite, Gunther, supuesto vencedor, hizo
saber a su amada y vencida Brunilda que ahora ya era su prometida en toda regla
y, por tanto, ella debía cumplir lo pactado, siguiéndole de buen grado en su
viaje de regreso al país de los burgundios. La derrotada reina, entristecida
por su obligada marcha, pero aceptando el que creía justo resultado quiso
despedirse de sus súbditos y pidió el tiempo necesario para hacerlo en buena
forma y preparar su marcha definitiva hacia el país del que iba a ser su
esposo, y en el cual ella seguiría manteniendo su real rango.
LA
PREPARACIÓN DEL MATRIMONIO
Vencida Brunilda y
otorgada por Gunther su hermana Krimilda en matrimonio, Sigfrido fue al país de
los nibelungos a preparar un ejército que diera escolta a su rey, y para
recoger del fabuloso tesoro de los nibelungos su propia dote. Sólo tuvo que
vencer la oposición del guardián armado, pero eso no era más que un ejercicio
de prácticas para el joven, movido como estaba por la felicidad de su próxima
boda. Nadie más se opuso, ni siquiera el enano Alberic, ya despojado de su
mágica capa y rendido de antemano ante el empuje de su antiguo vencedor.
Eligió, pues, Sigfrido las más ricas joyas del tesoro de los nibelungos y
exigió la escolta de los mejores mil hombres, con los que formó la majestuosa
columna que debía pasar por Islandia para acompañar a su señor y a Brunilda,
para más tarde arribar triunfal a Burgondia, a tono con la doble ceremonia que
habría de realizarse. Dejando a los mil nibelungos en Islandia, Sigfrido se
adelantó, para ser el primero que diera la noticia de la victoria de Gunther en
Worms. La noticia fue acogida con júbilo y todo el país se aprestó afanosamente
en los preparativos del matrimonio real. Toda la corte se volcó en las calles
de la capital, para recibir a su rey y a quien iba a ser pronto su reina.
Sigfrido, en la gran fiesta de recepción, recibió oficialmente la mano de su
amada.
En el mismo día se
celebró el doble matrimonio y todo parecía ser perfecto, salvo una mirada
triste de Brunilda, quien sufría viendo a la princesa Krimilda acompañada por
el vasallo Sigfrido. Gunther trató de tranquilizar su pesar, advirtiéndola que
se trataba de un príncipe de Niederland, amigo fiel como ningún otro podía
serlo. La respuesta irritó a la brutal Brunilda, que abandonó la sala y se
dirigió airada hacia su aposento seguida del atónito Gunther. Allí, en la
soledad de la cámara nupcial, exigió una explicación a ese extraño -para ella-
emparejamiento.
El rey quiso demostrar
su poder sobre la esposa, pero Brunilda no se dejó ganar la mano y zarandeó a
su marido dejándolo después colgado de un garfio de la pared. Sigfrido, que
había presenciado la primera parte del sorprendente enfrentamiento entre la
recién casada y su marido, se envolvió en la capa de Alberic a tiempo de seguir
a la real pareja hasta la intimidad de sus habitaciones, tratando de averiguar
la razón de aquella súbita cólera de la inexplicable Brunilda. A la vista de lo
que sucedía, apagó las antorchas y, actuando con rapidez en la oscuridad libró
de su humillación a Gunther, para inmediatamente abalanzarse sobre la fiera
Grunilda y propinarla una inolvidable paliza. Sin saber bien porque lo hacía,
tal vez para descargar su ira ante tamaña desconsideración de la reina,
Sigfrido aprovechó la situación para arrebatarla un anillo de su mano y el
elegante cinturón que ceñía su talle. Los golpes ablandaron el genio de la
reina y hasta la debieron hacerse sentir en su elemento, mientras que ésta,
ignorante de nuevo de la invisible presencia de Sigfrido, pedía feliz y humilde
perdón a su marido, al tiempo que le prometía eterno sometimiento a su real
voluntad.
CUESTIÓN
DE PROTOCOLO
Sigfrido y su esposa
Krimilda partieron para el reino de Niederland, en donde ocuparía el trono que
le transmitía su padre el rey Sigmund y también aquel otro ganado por su mano,
el de los nibelungos. Sigfrido reinaría con rectitud y prudencia, y su esposa,
la reina Crimilda le daba un hijo, al que se le impuso el nombre de Gunther, en
recuerdo del noble rey de los burgondos, al tiempo que allí, Brunilda tenía
también un varón, al que le fuera dado el nombre de Sigfrido, en homenaje a
este héroe. Pero, a pesar de las apariencias no había quedado zanjado el asunto
de la boda entre vasallo y princesa. Fue por esta razón por la que Brunilda
volvió a insistir en que Sigfrido rindiera vasallaje a su señor y la mejor
manera sería hacerle venir a la corte de Worms, con la excusa de un torneo
entre caballeros. En mala hora aceptó el matrimonio la invitación de Gunther,
pues la insistente Brunilda, tan pronto tuvo a su cuñada frente a sí, la hizo
saber que Sigfrido no era más que el vasallo de su marido, pues así lo había
oído ella de boca de Gunther al ser vencida en Islandia. Crimilda negó el
vasallaje y se jactó de que en la ceremonia religiosa del día siguiente estaría
situada por delante de su cuñada. Y fue cierto, Krimilda entró por delante de
Brunilda en la catedral de Worms, humillándola delante de toda la corte. A la
salida de los oficios, Brunilda exigió pública rectificación, pero Crimilda se
limitó a mostrar aquella sortija y aquel ceñidor que Sigfrido hubiera
arrebatado en la lucha con la airada dama, indicándola que ella, Brunilda, era
la derrotada por su marido. Más encolerizada que nunca, Brunilda mandó llamar al
rey Gunther para pedir explicación, pues ella creía firmemente que él era su
doble vencedor. Gunther, al conocer la razón del alboroto, pidió la presencia
de Sigfrido, para cuestionarle si era cierto que se hubiera jactado de su
victoria. Sigfrido estaba ya listo para jurar ante su señor y amigo que nunca
él había presumido de tales actos y aquello bastó para que Gunther
interrumpiera el juramento, recuperada la confianza en quien siempre había
demostrado su fidelidad, siendo culpable de todo lo sucedido su hermana
Crimilda y su vana arrogancia.
SIGFRIDO
PAGA CON SU VIDA
Gunther y Sigfrido
seguían siendo inseparables, pero Brunilda y Krimilda estaban definitivamente
enfrentadas. Hagen se acercó a su señora, para conocer la causa de su
padecimiento y ésta le hizo saber que necesitaba satisfacer su sed de venganza
con la sangre de Sigfrido. Entonces Hagen prometió dar fin a esa odiada vida
con su propia mano, pero el rey y su corte -enterados de la promesa de Hagen-
quisieron culpar a Crimilda y, sobre todo, evitar la posible respuesta violenta
del invencible Sigfrido. Entonces todos se juramentaron para mantener en
secreto la decisión de matarle, urdiendo un falso ataque extranjero a Gunther,
para hacer que el héroe acudiera junto a su amigo y así poderlo matar a
traición. En efecto, Sigfrido voló más que cabalgó hacia Worms, mientras Hagen
se acercaba a la solitaria reina Crimilda, pretextando ser portavoz de la
petición de perdón y de la gracia de su amistad por parte de la arrepentida
Brunilda. Al tiempo, haciendo ver que quería guardar a Sigfrido del daño de un
arma enemiga, consiguió que la ingenua Crimilda le revelase el punto débil de
su marido, el único lugar de su cuerpo no bañado en la sangre del dragón que le
había hecho invulnerable, en el centro de su espalda.
Conociendo Hagen el
punto exacto, todo lo que tuvo que hacer fue convencerle de que le acompañara
en una pretendida cacería para, a traición, darle muerte con una lanza que
clavó entre sus omóplatos. Después, el cadáver es llevado a Worms para dejarlo
a la puerta de Krimilda, como un insulto añadido a su muerte. Con sólo ver que
no hay más herida que la que le ha atravesado la zona que ella desveló a Hagen,
Crimilda sabe que Sigfrido ha sido asesinado, y también, quién ha sido el que
ha causado su muerte por la espalda; para probarlo, la viuda hace desfilar a
todos los nobles de la corte de su hermano delante del féretro de Sigfrido.
Cuando le tocó el turno a Hagen, la herida se abre y de ella brota la sangre
reveladora. Crimilda ya no necesita ninguna otra señal, Sigfrido ha sido la
víctima de Hagen y, tras de él, se esconde el odio de Brunilda. Crimilda
comunica a los padres de Sigfrido que se quedará en Burgondia junto a la tumba
de su marido y que no renuncia a la justa venganza.
ATILA
CONSUELA SU VIUDEDAD
La desgraciada Krimilda
había quedado encerrada en su dolor, pero todo se volvía contra ella y sus
recuerdos; hasta el tesoro de los nibelungos había caído en manos de Hagen;
mientras todo sucedía de este modo, el también reciente viudo Atila había oído
de la bella y enajenada viuda de Sigfrido y quiso pedirla en matrimonio. No
parecía posible que tal oferta fuera aceptada, pero, tras pensar en las
posibilidades de poder que se le abrían al unirse a tan poderoso rey de Angra, Crimilda
cambió de parecer y comunicó al mensajero Rudiger que ella aceptaba la
proposición del muy valiente y noble Atila, y en partir tan pronto estuviera
listo su séquito, para encontrarse con su prometido en Tulne, junto al río
Danubio.
De allí salió la más
fastuosa comitiva real que se haya conocido, camino de Viena, en donde habría
de celebrarse el matrimonio, en Pentecostés. Terminados los fastos reales, los
reyes fueron a Etzelburg, a instalarse en la capital del reino de Angra. Nada
sucedió durante siete años, y un día, Krimilda quiso que Atila invitase a los
suyos, para que fueran testigos de su gran felicidad. Consintió el rey y envió
mensaje a Worms para que viniera a su corte el rey Gunther y su nobleza. La
noticia levantó dudas en Hagen, quien se sabía marcado por la muerte de
Sigfrido, así como en otros nobles partícipes de la conspiración; otros querían
creer que ya se habría olvidado Krimilda de la muerte canallesca de Sigfrido, y
todos discutían sobre la conveniencia de tal viaje, pero el rey Gunther
prefirió aceptar la invitación de su hermana, mandando organizar una caravana
de más de mil guerreros a caballo y de nueve mil infantes que acompañaría a los
visitantes burgundios hasta Etzelburg, para disuadir a Atila de cualquier deseo
de traición hacia sus invitados; mientras salían de la corte las interminables
columnas de hombres armados, en Worms reinaba el dolor de las esposas que
quedaban atrás, pues ellas ya presentían el trágico final de esa impresionante
comitiva.
PUNTO
SIN RETORNO
El viaje no tuvo
incidente alguno en su primera parte, y pronto llegaron los diez mil hombres a
orillas del Danubio, el primer obstáculo a la marcha de la expedición burgonda;
a Hagen se le encomendó hallar el medio de cruzarlo y fue la mágica intervención
de unas ninfas del río la que dio la clave de aquel paso, y asimismo, la
advertencia de que la muerte les esperaba al otro lado del poderoso río. Hagen
encontró al barquero del que le habían hablado las ondinas y se hizo con su
balsa, aunque tuvo que dar muerte al obstinado hombre, que se negaba a prestar
su embarcación a desconocidos. Con ella atravesaron todos el crecido Danubio.
En la otra orilla,
Hagen, conocedor de su suerte, destruyó la balsa, haciendo saber a todos que ya
se había traspasado el punto sin retorno; que ahora ya sólo les quedaba
enfrentarse a su destino hasta las últimas consecuencias. Pronto se vio que la
situación había cambiado radicalmente, pues tuvieron que enfrentarse y derrotar
al margrave Else, señor de aquellas tierras, que había intentado cerrarles el
paso. Más tarde, en Bechelaren, se les unió el margrave Rudiger, con quinientos
hombres más. En la frontera de Angra les aguardaba Teodorico, que pronto
esperaba casarse con la sobrina de Atila, pero que iba al encuentro de los de Worms
con la idea de advertirles de aquellos planes de venganza que había atisbado en
Krimilda; los burgondos le contestaron que sabían cuál era el designio de la
segunda esposa de Atila, pero que ya habían cruzado el punto tras el cual no se
podía regresar, por ello, seguían su viaje hasta el palacio del rey de los
hunos, como si nada fuera a sucederles.
KRIMILDA
RECIBE PUBLICA OFENSA
Krimilda recibió a su
hermano el rey y pretendió mostrar su felicidad por tenerle junto a ella. Sin
embargo, Hagen espetó a su anfitriona que sabía que esta supuesta fiesta no era
más que el ropaje de una emboscada, haciendo que Krimilda se obligara a
demostrar su encono hacia los asesinos de su primer y amado marido: después,
refrenándose, invitó a los burgundios a despojarse de sus armas, pero ellos se
negaron; más encolerizada todavía, Krimilda inquirió sobre la identidad de
quién había podido inspirar tal temor en los invitados y Teodorico se adelantó
para comunicarla que él mismo había advertido del peligro a los burgundios. Ya
instalado en palacio, Hagen, con la espada Balmung arrebatada a Sigfrido sobre
su regazo, permaneció sentado ante la reina Krimilda y su guardia, en clara
señal de desafío, a la vez que declaraba públicamente haber sido él quien había
dado muerte a Sigfrido. Crimilda se vio insultada y, lo que es peor, comprobó
cómo su guardia retrocedía ante la figura tremenda y desafiante del decidido
Hagen. Sin fuerzas que la respaldasen, la reina dejó que la recepción
comenzara. Nada pasó en su desarrollo y sólo, al llegar la noche, cuando los
burgundios quisieron retirarse a sus dormitorios, vieron que se les cerraba el
paso. No obstante, pronto se retiró la tropa de los hunos y los invitados
pudieron encaminarse a sus lechos, atentos a lo que se cernía ostensiblemente
sobre sus cabezas, ya que se cerraba el copo de los hunos alrededor de su
dormitorio, pero bastó la presencia de Hagen armado y presto para la lucha,
para que el nuevo intento de dar muerte a los burgundios se desbaratara.
EL
BAÑO DE SANGRE
En la mañana siguiente,
los burgundios se dirigieron al templo totalmente armados; tras la misa se
preparó el torneo, del que el prudente Teodorico retiró a sus seiscientos
hombres; quedaron solamente hunos y burgundios, y tampoco nada sucedió en las
justas. Crimilda, en un aparte, pidió ayuda a Teodorico para vengar el
asesinato de su marido, pero Teodorico recordó que todos estaban sometidos a la
ley de la hospitalidad y que nunca atacaría a quien se encontraba bajo la
protección de Atila. Con la negativa de Teodorico, Crimilda se fue a Bloedel,
el hermano de Atila, y éste aceptó la venganza a la hora de la comida. Con mil
guerreros entró Bloedel en la estancia secundaria en la que se hallaban los
infantes de Burgundia, anunciando su intención de dar muerte al asesino de
Sigfrido, pero Dankwart, el hermano de Hagen, lo mató con su espada tan pronto
hubo terminado de hablar. Así empezó la disparatada batalla, con armas quienes
las tenían y los que no disponían de ellas con los restos del mobiliario en sus
manos. Dankwart, herido, penetra en la sala principal, interrumpiendo la comida
de los reyes; Hagen, al ver a su hermano sangrando, mata sin pensarlo una
segunda vez, al hijo de Atila con su espada; Atila y Gunther intentan parar la
matanza pero, al no conseguirlo, se unen a la furiosa lucha. Krimilda vuelve a
rogar a Teodorico que empuñe la espada por ella, pero el godo pide una tregua a
Atila y se retira con sus hombres del escenario.
El margrave Rodajear,
sintiéndose también ajeno a la contienda, pide permiso a Gunther para hacer lo
mismo con su gente. Y el combate prosiguió con saña hasta la noche; los
agotados contendientes acordaron un alto, pidiendo la continuación del desafío
en campo abierto, pero Krimilda intervino para negar tal posibilidad, exigiendo
la entrega de Hagen por la vida del resto de los burgondos. Ante la negativa de
Gunther y sus hermanos, Crimilda mandó a los hunos abandonar el palacio y
prenderle fuego para acabar con todos los burgundios encerrados dentro de él.
Pero tampoco el fuego terminó con sus odiados enemigos, al salir el sol estaban
vivos y listos para la lucha. Rudiger, de vuelta en palacio, se vio compelido,
en contra de su voluntad, pero a tenor de su lealtad hacia Atila, a empuñar las
armas contra los burgundios hasta su muerte; Teodorico, al conocer las
noticias, regresó al campo de batalla para rescatar el cadáver del inmolado
Rudiger, pero los burgondos tomaron su vuelta como un ataque y sólo quedaron en
pie Hagen y Volker, con su rey, Hagen, por un bando, frente al anciano
Hildebrando por el otro. A él se le unió Teodorico, y fue su espada la que
malhirió a Hagen y terminó el combate con la captura de Hagen y Gunther.
Llevados a presencia de Crimilda, ésta mandó matar a su propio hermano y, con
la espada Balmung en sus brazos, decapitó a Hagen. Entonces, Hildebrando,
viendo que se daba muerte a un hombre indefenso, mató a Krimilda. Sólo quedaron
con vida Atila, Teodorico y el viejo Hildebrando, en Hungría, mientras la cruel
y despótica Brunilda estaba a salvo, en la remota Worms, sin importarle, al
parecer, haber sido la causante de aquella matanza sin sentido.
LA LEJANA REALIDAD HISTÓRICA
Con este relato
fabricado por trovadores, por los restos del pueblo burgundio, o por alguno de
sus exegetas, que vivieran en la lejanía del siglo XII, a setecientos años de
distancia, se trata de explicar la urazón poética de la desaparición del
efímero país de los burgondios, apoyándose en la figura trágica de la traición
de una mujer a su propio pueblo, la alevosa maniobra de una mujer insensata
empujada por el febril ansia de venganza; y sitúan la acción en un escenario
que les libere de la responsabilidad de la derrota, allá en la muy remota
indefensión del palacio de Atila, el huno, siendo también este rey otra víctima
de su esposa, no el protagonista de la masacre. En realidad, los burgundios,
venidos desde el Báltico hasta Worms en una marcha guerrera que duró cientos de
años, tras su asentamiento en Germania, en las fronteras con Sarmatia, y que no
se detiene en esa fría orilla del mar suévico. Los burgondos cruzan después el
Oder y siguen hacia el fértil sur, al despojo de las antiguas Galias, saltando
la barrera natural del Rhin, al finalizar el año 406.
Son los bárbaros
hacíendose con los despojos del que fuera grandioso imperio romano. Se detienen
en Vaugiones, Worms, allí encuentran su terreno soñado, la efímera capital de
su reino burgundio, pero los vándalos nómadas no pueden o no saben sostener su
único reino más que veintitrés años, pues en el 436 su territorio es rebasado
por las huestes fugitivas de Atila, que se ve empujado hacia el oeste por las
últimas fuerzas romanas del general bárbaro Aecio y de su aliado, el visigodo
Teodorico, precisamente hacia las mismas Galias que pretenda obtener Atila como
dote en el propuesto matrimonio con Honoria, la hija de Placidia, en ese
ofrecimiento de la asustada Roma. Gunther (Gundahar), el rey elegido, apenas
puede hacer otra cosa que ofrecer el bulto de su cuerpo y la vida de casi
veinte millares de hombres, al experimentado y poderoso ejército del pagano rey
Atila, para quien el final de ese reino burgondo nada significaba, que no fuera
otra victoria más. Atila moriría más tarde, y no precisamente por mano de los
extintos burgundios, pues su derrota en las cercanías de Troyes, en los Campos
Cataláunicos se produce en el año 451, frente al ejercito de Aecio: después
intenta atravesar los Alpes y también vuelve a ser rechazado, esta vez por León
I, muriendo, finalmente, en el año 453, diecisiete años después de que el reino
de los burgundios hubiese cesado su brevísima crónica.
0 comentarios:
Publicar un comentario